El Señor puede darnos tanto de lo que codiciamos que podemos llegar a aborrecerlo…
“…Jehová, pues, les dará carne, y comerán. No comerán un día, ni dos días, ni cinco días, ni diez días, sino hasta un mes entero, hasta que salga por la narices y la aborrezcan, por cuanto menospreciaron a Jehová que está en medio de ustedes y lloraron delante de él, diciendo: ¿Para qué salimos de Egipto?” - Números 11: 19 -20
Con las quejas del pueblo, con su codicia, su conducta desordenada, irritaron a Dios… y él se enojó… y respondió al pedido del pueblo.
Dios cambia el menú y les envía codornices (carne) en abundancia después de tener que escuchar a un pueblo desobediente. Dios sigue en control… Él les dice: “les voy a dar lo que piden, pero necesitan aprender que lo que yo dispuse es lo bueno y perfecto -pero ustedes eligen; tendrán carne y también sus consecuencias.
“Aún tenían la carne entre sus dientes, antes de haberla masticado, cuando la ira de Jehová se encendió contra el pueblo y los hirió Jehová con una plaga muy grande” - Números 11: 33
El pueblo estaba cegado… y muchas veces nos pasa esto a nosotros. Queremos algo y Dios nos dice: “esto no es bueno”… pero decimos “¡quiero carne!”… y lloramos y nos quejamos.
Dios puede, en Su soberanía, cargar nuestras vidas de lo que codiciamos, y así recibir tanto que lo terminemos aborreciendo… Así, eso que anhelamos en forma desmedida, se transforma en una maldición en lugar de una bendición.
Quizá a alguien le pasó que aquel trabajo que anhelaba mucho tiempo… luego, cuando lo tuvo, se transformó en una maldición, ya que le robó el tiempo que necesitaba para servir al Señor o estar con su familia.
Sucede que, muchas veces hemos pedido al Señor determinadas cosas, y después cuando lo tuvimos, se convirtieron en un estorbo para servir Dios.
Los deseos e impulsos nos llevan a codiciar o tomar decisiones apresuradas (no pensadas, fuera de la voluntad y palabra de Dios). Esto nos genera un desorden, un caos, que nos lleva a separarnos de Dios.
Oremos juntos: “Padre nuestro… reconozco que mis impulsos solo me llevan al mal… solo me conducen a la ruina… me hundo cada vez que decido por mis pasiones. Te pido perdón, porque sé que nunca quisiste eso para mí. Hoy desecho el alimento que escogí, para empezar a alimentarme del alimento que escogiste Tu. Desecho la idea de ser codicioso. Quiero ser la persona que Tu pensaste
que fuese. En el nombre de Jesucristo. Amén”.
Daniel Schlereth