Números 12:10 “Y la nube se apartó del tabernáculo, y he aquí que Miriam estaba leprosa como la nieve.”
Como hemos visto durante estas once semanas previas, no es la primera vez que el pueblo murmura en contra de Moisés y contra Dios. A decir verdad, como dije el primer día, quizá fue el pecado más recurrente de Israel en toda su historia, junto con la idolatría por supuesto.
Ahora bien, no es la primera vez que la Biblia menciona un texto que exprese la desaprobación de Dios hacia un pecado específico, con consecuencias automáticas. Podemos mencionar a la mujer de Lot, Acán, los hijos de Coré, etc. Pero a decir verdad, frases como… “Y se fue”,… “y la nube se apartó de ellos” son incompresibles para nuestra mente finita.
¿Habrá algo peor que un tabernáculo sin nube? ¿Alguien podría vivir sin la tremenda presencia de Dios en sus vidas? ¿Podrías imaginarte nuestras congregaciones si Dios no estuviera en ellas? ¿Cuál sería el motivo de nuestra adoración si Él se fue?... sucedió… ¿Sucede?
La murmuración no solo fue un acto irresponsable con consecuencias para Miriam y Aarón… Lo peor de todo fue el lamentable hecho de que Dios se apartara del campamento a causa de Su ira, porque dejaba sin cobertura al pueblo como primera consecuencia (luego veremos otras).
Desde que el pueblo salió de Egipto, la nube y la columna de fuego fueron compañeros inseparables para los hebreos. Sin la nube, el pueblo se volvía vulnerable a las inclemencias del desierto… pronto el calor abrasador empezaría a quemar y lastimar todo a su paso. Y durante la noche las bajas temperaturas harían el resto, congelando cuanto vestigio de vida quedara en la oscuridad.
Como vemos en estos pasajes, el pecado de la murmuración atenta directamente sobre el pueblo de Dios, no meramente los involucrados… los que se ven afectados… sino a todos y cada uno de Sus hijos. Y es por ello que Dios no lo pasa por alto… estamos tocando el mismo cuerpo de Cristo con esos comentarios… y como vimos, nadie, en mayor o menor medida, queda exento.
Sin la nube de Su presencia nos volvemos vulnerables… el ambiente nos debilita lentamente y ya no vivimos… sobrevivimos como podemos sin la cobertura de Dios (2 Cor.3:17)… el enemigo y los demonios se mueven con libertad entre nosotros (Salmo 3:3)… lo sobrenatural no existe… caminamos por espejismos… ya no brotan ríos de agua viva en nuestro interior (Juan 7:38)… y cuando viene la noche, el frío hace el resto, nos vamos apagando de manera paulatina mientras el Sol de Justicia se aleja (Mal.4:2)… por más que lo intentamos no podemos calentarnos con nada. Lo más triste, como si esto fuera poco, es que los más pequeños son los primeros que sufren las consecuencias por sus bajas defensas, porque, hagamos lo que hagamos para tratar de conservarlos, se nos van de las manos, y más temprano que tarde son los primeros en morir, aunque todos corremos precipitados hacia el mismo destino.
Como podemos ver, la murmuración no es solo un comentario aislado imprudente; es algo que tarde o temprano nos destruye a todos si no lo paramos a tiempo, y todos somos responsables de hacerlo.
Hoy quiero que terminemos haciendo un firme compromiso delante de la presencia de Dios, de trabajar a destajo para erradicar por completo todo indicio de pecado de murmuración que surja entre el pueblo… y aunque la persona involucrada sea cercana, no permitir que eso avance y cortar cuanto antes con ello.
Tomémonos un tiempo durante el día para levantarnos en oración, como escuderos del cuerpo de Cristo en contra de la murmuración… lo necesitamos.
“Padre celestial…. Soy el primero en poner mi corazón bajo Tu examen… y una vez quitada toda murmuración de mi mismo, quiero ser usado para llevar Palabra de verdad a mis hermanos, y a los que todavía no lo son… quiero hablar con amor, con misericordia, con paz, y ser de influencia para cambiar la forma en que se habla en mi ambiente diario. En el nombre de Jesucristo. Amén”.
Paulo Garay