El pueblo sigue caminando y, de alguna manera, nosotros con ellos. Puedo imaginar tantas emociones: estaban cansados, frustrados. Nada parecía anunciar la cercanía de la “Tierra Prometida”. Alguien seguramente se preguntó: “¿Cuándo llegaremos?” O, tal vez, en su queja interna dijo: “no pensé que era tan lejos”. Igual que nosotros pensamos hoy, al no encontrar la meta al caminar nuestro desierto.
Alús era una travesía que, se creía, no duraría demasiado. Pero el tiempo había avanzado bastante, como para no pensar: “Vamos a ningún lugar. No existe la tal ‘tierra prometida’ esa”. Una nueva carga aparece en los hombros de los hombres de Israel: La Angustia. El pueblo está intranquilo, se siente amenazado por la falta de rumbo, de provisiones, de recursos. Los invade la incertidumbre ante lo desconocido.
Cuando estamos angustiados, Dios nos conduce a romper con la angustia recordándonos que Él sí sabe dónde vamos, Él satisface necesidades diariamente, sus recursos son inagotables e inimaginables, sus soluciones van más allá de nuestra percepción y realidad. ¡Dios quiere que lleguemos, pero que lleguemos libres de toda angustia! Percepción equivocada, que surge por la falta de confianza en Dios.
El pueblo permanece ansioso y preocupado. Se anticipan al daño, se ponen tensos y tienen una actitud impensada. El pueblo de Dios (ni más ni menos), los mismos hombres y mujeres que habían visto el Mar Rojo abriéndose, y tantas maravillas, vuelve a murmurar, a quejarse, sin dudas como sucedió en tantas oportunidades durante el peregrinaje.
El sol abrazador comenzó a confundir sus mentes y ahora clamaban por ¡VOLVER A EGIPTO! Sólo un desorientado, un desenfocado volvería al látigo y al yugo por unas cebollas y un poco de carne. A la distancia nos preguntamos: “¿Qué les pasó?” “¿Por qué volverían al lugar de donde Dios mismo los sacó, cuando no fue bueno?” Sencillo…porque era lo que conocían.
Lo mismo les sucede a algunos de los hijos de Dios actualmente. Cuando quitan los ojos de Jesús porque no ven la inmediatez de los resultados, ahí la ansiedad los confunde y deciden volver a su Egipto, a sus vidas anteriores, a cometer los mismos errores, a saciar la carne y olvidar alimentar el espíritu, el cual se aquieta y adormece. Se olvidan el camino, olvidan el trato de Dios en sus vidas. Dios los sanó, o tal vez salvó sus matrimonios, o a lo mejor los libró de la crisis financiera, o quitó de ellos la angustia y la incertidumbre. Pero “la mente olvidadiza es terreno fértil para la ansiedad”.
La ansiedad, la angustia y la preocupación provienen de una mente dividida: Los ojos en Dios, pero la confianza en nosotros mismos. La preocupación erosiona nuestra vida, nos ciega, nos daña y, lo más triste de todo, deshonra a Dios. La preocupación, agiganta los problemas.
Donde nosotros vemos arena, serpientes y escorpiones, Dios ve el maná, las codornices y las peñas de agua. Dónde vemos problemas y angustia, Dios ve soluciones y nos da paz. Cuándo no vemos la meta y nos desorientamos, Dios ordena el camino y prepara el rumbo hacia la meta. En definitiva, ¡Tiene todo para saciar nuestras necesidades!
¿Cómo nos deshacemos de la angustia? Confiando en que lo ‘NO CONOCIDO’ por nosotros es ‘BIEN CONOCIDO’ por Dios. Si Él prometió, el cumplirá. Dios te dice: “nunca te desampararé”, “Nunca te dejaré”, “siempre te sustentaré”.
ACCIÓN PRÁCTICA
- Ora más: cuando ores, lleva cautivo todo pensamiento a la obediencia de Cristo y clama dejando toda ansiedad a sus pies porque Él tiene cuidado de nosotros. “Tu guardarás en completa paz a aquel cuyo pensamiento en ti persevera, porque en ti ha confiado.” (Isaías 26:3)
- Somete tus deseos: nuestra angustia y ansiedad se originan en el NO SABER dónde vamos, en las tinieblas que nos invaden por desconocimiento.
- Confía en el Señor: Ríndete a Él: “Busca primero el Reino de Dios y su Justicia” (Mateo 6:33-34)
- Regocíjate en el Señor SIEMPRE: Las aves tienen su nido, las codornices tienen sus matorrales y nosotros aún contamos con la gracia del Señor como nuestro refugio. No se ha cortado su mano para bendecirnos.
Dios siempre llega a tiempo. No desmayes, no te sueltes de su mano, no pelees por lo que no conoces. Cómo dice el escritor Max Lucado: “No luches contra los problemas de mañana, hasta mañana; No tienes la fuerza de mañana todavía. Simplemente tienes la suficiente para hoy”
Para terminar, quédate en silencio y escucha el eco de la voz de Moisés diciéndole al pueblo (y a ti mismo): “¡TENGAN CUIDADO! ¡No se olviden que Dios los sacó de Egipto donde eran esclavos y los guió por un desierto grande y terrible, lleno de serpientes venenosas y de escorpiones y que nada les pasó! No olviden cómo sacó agua de una roca cuando se morían de sed y no tenían nada que beber. No olviden tampoco que en pleno desierto les dio de comer pan del cielo, un alimento que sus antepasados no conocieron. Tengan presente que Dios les envió todas las pruebas para bien de ustedes. No fueron ustedes quienes lo hicieron, fue Dios. No olviden que lo hizo para cumplir su promesa a nuestros antepasados” (adaptación de Deuteronomio 8:11-18).
¡¡¡¡NO SE OLVIDEN!!!! … “Y LA PAZ DE Dios que sobrepasa todo entendimiento, cuidará sus pensamientos y sentimientos en Cristo Jesús”
VIVI TORRES