Hambre desenfocada

Semana 8 - Día 4: 
El pueblo de Israel, ya conocía el Poder maravilloso de Dios. Moisés cada vez buscaba más y más conocer otros aspectos del gran YO SOY. El anhelo de su corazón, fue expresado así “Déjame verte en todo tu esplendor” (Éxodo 33:18 NVI).
Pero de pronto los hombres de Israel, empezaron a tener un hambre diferente a la de Moisés, un hambre de cosas terrenales. Una percepción errada que los alejaba de Dios.

¿De qué cosas tenían hambre los judíos? De las mismas que tiene el hombre de hoy:
Cosas materiales, Afecto, Reconocimiento, Poder, Restitución y Justicia, entre otras.

Pero, sabe el Señor, que formó al hombre de manera tal que nada puede saciar su hambre sino sólo Dios.

Cuando el hombre tiene a Cristo lo tiene todo, tiene vida y su necesidad de ser saciado es permanente. Tener hambre espiritual, al igual que tener hambre natural, es un signo de buena salud. Una persona enferma, lo primero que pierde es el apetito. Una persona que conoció a Dios y peca, pierde el apetito espiritual.

Esta persona, comienza a estar satisfecha con sus logros, con su justicia, como los fariseos. Estos pensaban que habían logrado todo, y se creían perfectos y que podían juzgar a todas las personas según sus propias convicciones. Creían que eran dueños de la verdad. Nunca sabrían lo que era tener hambre y sed verdaderas.

Pero el hambre y sed de justicia sólo se tienen cuando la pobreza del alma conduce al hombre a entregarse con todo su ser a Jesús, y es allí donde logra ser saciado (Mateo 5:6). Reconoce su estado de pecador, apartado de Dios y decide vivir como Cristo vivió. El hombre entiende que no puede servir a dos señores. En ese momento, deja de desear las cosas de este mundo y ahora el hambre de cosas nuevas comienza a despertar. Este hombre nuevo quiere morir a su iniquidad, quiere una vida nueva y justa. Y dice Jesús que este deseo lo hace bienaventurado.

Comienza a buscar vivir en santidad, a apartarse de todo lo que lo contamina, y no descansa nunca hasta que el Espíritu de Dios lo hace una nueva criatura en Cristo Jesús.

Entonces el hombre es renovado en el espíritu de su mente, y Dios le da, al menos en alguna medida, aquello de lo que tiene hambre y sed, es decir, una justicia por naturaleza. Ahora busca saciarse con cosas que antes ni siquiera consideraba.

El nuevo nacimiento es el comienzo de la santificación, entonces ahora clama por que Dios le ayude en su carácter, entiende el arrepentimiento como la base para un cambio de vida; el concepto del perdón ahora no lo cuestiona, lo aplica porque sabe que ahí radica el éxito de su vida venidera; le preocupa su santidad, reconoce que el orgullo lo daña, tiene un corazón enseñable, comienza a preocuparse porque otros lleguen al conocimiento de Cristo.

Este nuevo hombre ahora basa su alimento en la búsqueda de ser justificado por Dios; en la concreción de su nueva vida en Cristo; y en vivir apartado para un propósito en Dios.

Cuando entiende todo esto, desea con ansias perseverar en la gracia. Tiene hambre de ser mantenido en la rectitud. 
Cuando ha logrado dominar algún mal hábito, tiene hambre de dominarlos a todos. Si ha adquirido una virtud, tiene hambre de adquirir otras más. Si Dios le ha dado mucha gracia, tiene hambre de más; se autoexamina y se deja pastorear porque anhela ser cada vez más, como Jesús.

Ora para perseverar hasta el final y así obtener la corona de la vida. Busca someter hasta el último pecado a los pies de Cristo. Busca someterse de tal manera a Dios, que huir de la tentación le sea sencillo.

Este hombre nuevo tiene hambre de que la justicia sea hecha en la tierra y empieza a trabajar por ello.

Ya no le interesa tener razón, ahora prefiere mantener la paz, y que su influencia como hijo de luz transforme el ambiente que lo rodea. Tiene hambre y sed de justicia, justicia para sí mismo, justicia delante de Dios y justicia entre los hombres. Éste es su anhelo, entonces Jesús dice… “bienaventurado, tu hambre será satisfecha”…

En el desierto, empezamos a desear lo que satisface la carne, pero cuando percibimos que esas cosas ya las vivimos y no nos saciaron, empezamos a elevar la mirada a Dios.

¿Cuánto hace que no sentís hambre por las cosas de Dios? Si te debilitaste, pedí ayuda. El alimento de este mundo tiene fecha de vencimiento, pero en Dios, el alimento es eterno.

ACCIÓN PRÁCTICA: Revisa de qué cosas has tenido hambre en estas últimas semanas. Expón esas necesidades delante del Señor en un tiempo íntimo de oración; y entrégale tu hambre. Que inclusive tu necesidad sea direccionada por Dios en estos días, y tengas hambre de aquellas cosas con las que Él desea saciarte en este tiempo. Pídele a Dios que te conceda el verlo y conocerlo en todo Su esplendor, y con gusto te concederá su favor. Esto respondió a Moisés ante su solicitud: “Voy a darte pruebas de mi bondad, y te daré a conocer mi nombre… 
(Éxodo 33:19).

VIVI TORRES